La UE anunció recientemente la congelación permanente de los activos de Rusia y decidirá en diciembre el destino final de estos fondos. Detrás de esta decisión, se revela un problema fácil de pasar por alto en el sistema financiero tradicional: tu dinero, en realidad, no te pertenece completamente.

Mientras el Estado quiera, los activos pueden ser congelados, embargados e incluso redistribuidos. Aunque el sistema bancario parece seguro, la base de esa "seguridad" se reduce, en definitiva, a la confianza en una institución central — y esa confianza, bajo presiones geopolíticas, suele ser vulnerable.

Por eso cada vez más personas empiezan a prestar atención a los activos en la cadena de bloques. Por ejemplo, algunos stablecoins tienen un diseño completamente diferente: no hay una autoridad central que pueda congelarlos, las reglas las ejecutan contratos inteligentes, que son inalterables. Cuando los activos cruzan fronteras, no requieren permisos ni están sujetos a interferencias políticas.

Desde un punto de vista técnico, estos stablecoins suelen usar mecanismos de sobrecolateralización con algoritmos, cuya fuente de valor se dispersa y no depende de la solvencia de un solo país. Algunos incluso han pasado por múltiples auditorías de seguridad independientes, el código es completamente de código abierto, y cada transferencia puede ser verificada. Este nivel de transparencia es algo que las instituciones financieras tradicionales, con sus operaciones en caja negra, nunca podrán lograr.

Este movimiento de la UE en realidad impulsa una tendencia a largo plazo: tanto los Estados soberanos como las personas están buscando formas de almacenamiento y circulación de valor fuera del sistema financiero tradicional. La infraestructura financiera del futuro probablemente estará sustentada por estos protocolos resistentes a la censura — reglas definidas por código, no por decisiones políticas.