Hoy he visto una escena bastante surrealista:

El presidente de la SEC de EE. UU. ha declarado públicamente que en los próximos años todo el sistema financiero se orientará hacia Bitcoin y las criptomonedas; lo ha dicho de forma tajante.

Casi al mismo tiempo, nuestro banco central ha publicado los últimos datos de noviembre: las reservas de oro ya han subido a 2.305,39 toneladas, y este ya es el decimotercer mes consecutivo comprando oro.

Por un lado, se lanzan de lleno a la carrera de las monedas digitales, y por otro, acumulan oro físico en silencio. Este contraste de estrategias es bastante interesante.

Quizás te preguntes: ¿por qué se han tomado dos caminos completamente diferentes?

En realidad, cuando te encuentras en una encrucijada, lo más importante no es apresurarse a tomar partido, sino entender primero la lógica de cada opción. No hay una respuesta absolutamente correcta o incorrecta; simplemente son elecciones diferentes, con distintos riesgos y beneficios.

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01 | La historia siempre se repite

Si miramos atrás, en 1944, cuando se estableció el sistema de Bretton Woods, el oro estaba vinculado al dólar, y el dólar al resto del mundo: era la época en la que el activo físico era el rey.

La regla era muy sencilla: con 35 dólares se podía cambiar una onza de oro; la confianza en el dólar dependía totalmente de las reservas de lingotes en los almacenes.

En 1971, Nixon cortó de raíz la relación entre el dólar y el oro, el dinero fiduciario ocupó oficialmente el primer plano y el patrón oro se retiró de la historia.

Desde entonces, el dólar ya no necesitó el respaldo del oro; su confianza pasó a basarse en el poder militar de EE. UU., su influencia tecnológica y su control financiero. El comercio mundial se liquidaba en dólares y los bancos centrales de cada país utilizaban los bonos del Tesoro estadounidense como reserva principal.