¿Imprimir dinero puede salvar la economía? Basta con mirar el mercado laboral actual para saber la respuesta.

Los datos publicados la semana pasada por la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos son bastante reveladores: el empleo no agrícola aumentó en 119.000 puestos, suena bien, ¿verdad? Pero los empleos en la industria manufacturera se esfumaron en 6.000. Más sorprendente aún: en abril, Trump inició una guerra arancelaria prometiendo revitalizar las fábricas, pero después de medio año, los empleos manufactureros han caído en 59.000, encadenando seis meses de descenso.

Algunos comentaristas económicos lo dicen sin rodeos: es la primera vez desde la pandemia que Estados Unidos comienza a perder empleos industriales. La manufactura se está contrayendo y el crecimiento en construcción y logística prácticamente ha desaparecido. En el sector de los "cuellos blancos" la situación ya es un desastre: las noticias de despidos en grandes empresas no paran y hasta los papers académicos estudian cómo la IA está quitando puestos de trabajo. Antes, muchos pensaban que el empleo industrial era un refugio: si no podías seguir en la oficina, siempre podías irte a la fábrica. Ahora, esa vía de escape también se está cerrando.

La experta en contratación de la revista Fortune, Laura Ulrich, lo resume claramente: "Es irónico que la industria manufacturera esté tan débil, porque los aranceles se suponía que iban a proteger las fábricas nacionales y a crear empleo". Pero la realidad es otra: la incertidumbre que generan los aranceles vuelve a las fábricas más conservadoras, y las empresas afectadas solo pueden recortar costes laborales para mantener márgenes de beneficio. Aparte de la sanidad y la hostelería, que siguen contratando, el resto de sectores están en proceso de contracción.

La explicación de los economistas es sencilla: los precios de importación de materias primas y productos intermedios han subido, los costes de producción aumentan, ¿quién se atreve a contratar a gran escala? Montar una fábrica en Estados Unidos ya era carísimo, así que pagar aranceles por importar sale, al final, más rentable.

En China ocurre algo parecido. Los empleos de oficina escasean y mucha gente se pasa a la mensajería, el reparto o los VTC, pero esos sectores también se están saturando. El interés por opositar supera al de estudiar un máster, lo que demuestra la ansiedad generalizada sobre el futuro.

La industria manufacturera de China y Estados Unidos tiene otro problema en común: falta mano de obra cualificada pero es imposible encontrarla. Ford tiene 5.000 puestos de mecánico vacantes, algunos con salarios de hasta 120.000 dólares al año, pero no hay candidatos cualificados. Según una encuesta de Deloitte en 2024 a más de 200 empresas manufactureras estadounidenses, más del 65% afirma que encontrar y retener talento es su mayor desafío. Las empresas chinas también buscan personal, pero la sociedad en general no está interesada en aprender habilidades técnicas aplicadas a la manufactura.

En los últimos años, los bancos centrales han inundado el mercado de liquidez e impreso dinero a gran escala, con la intención de salvar la economía y crear empleo. ¿El resultado? El crecimiento económico y los datos de empleo no son demasiado buenos. ¿Qué ha cambiado realmente de forma evidente? Las bolsas, el oro y las criptomonedas se han disparado, pero eso solo beneficia al mercado de capitales y tiene poco que ver con las oportunidades laborales de la gente común.

En el fondo, ¿dónde está el problema? Tanto para trabajadores manuales como de oficina, las habilidades de la gente corriente resultan cada vez más caras e ineficientes frente a las máquinas. Los salarios de los trabajadores en fábricas del sudeste y sur de Asia son mucho más bajos que en China, pero ni siquiera así pueden competir con la cantidad y eficiencia de las máquinas chinas. Entre los "cuellos blancos", la situación es aún más incómoda: muchos trabajos, en realidad, son prescindibles y, si la empresa necesita proteger beneficios, el margen de recorte es enorme.

La productividad humana no ha dejado de crecer, sobre todo en torno a China. Pero lejos de relajar a la sociedad, esto ha generado una gran ansiedad sobre el valor del trabajo. Cada vez hay menos confianza en el futuro. El único sector que parece ir bien es el de la hostelería y el turismo: aquellos con suficiente riqueza y estatus social viajan por Asia Oriental, Europa y América, y la demanda sigue creciendo.

Se ha impreso muchísimo dinero, la bolsa y las criptomonedas se han disparado, pero los empleos para la gente común no han aumentado. Esa es, probablemente, la realidad más surrealista de nuestro tiempo.