Para que una familia prospere, siempre tiene que salir un “hijo rebelde”; en tres generaciones, necesariamente aparecerá el hijo que hará prosperar la casa. Esas viejas normas y tradiciones pueden mantener a la familia a salvo de la pobreza, pero no permiten romper el techo de cristal ni superar la clase social. Aquella generación que realmente logra abrirse camino está destinada a la soledad.

No escucha los consejos de sus padres, no acepta el control de los mayores, e incluso va en contra de la voluntad de todos. No es que no tenga amigos, sino que el camino que ha elegido es uno que nadie puede seguir.

Sale adelante solo desde lo más bajo, escala por sí mismo desde situaciones desesperadas, y en su interior siempre albergan una determinación feroz. Todas las reglas establecidas existen para limitar a la mayoría; solo quien se atreve a romperlas puede cambiar su destino.

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