Un destacado empresario tecnológico habló recientemente sobre las crecientes tensiones en torno a su empresa de vehículos eléctricos. El ejecutivo expresó su preocupación por lo que describe como un inquietante cambio en el discurso público.

"Las cosas parecían estar mejorando por un tiempo," señaló. Pero ¿el mes pasado? Una historia diferente. Los incidentes violentos que apuntan a su negocio automotriz han aumentado. Los manifestantes han salido a las calles con mensajes agresivos dirigidos a él personalmente.

Su postura es inequívoca: cualquiera que incite o participe en la violencia debe rendir cuentas ante la ley. Sin excepciones.

Los comentarios se producen en medio de debates más amplios sobre los límites de la protesta y la responsabilidad corporativa. Si bien la crítica es parte de hacer negocios a esta escala, aparentemente se ha cruzado varias veces recientemente la línea entre la expresión y las amenazas físicas.

No está claro si esto marca un brote temporal o señala fracturas más profundas en la forma en que la sociedad procesa la disrupción tecnológica. ¿Qué es seguro? La conversación sobre las formas aceptables de disidencia se ha vuelto más complicada.