Las personas afuera siempre piensan que las criptomonedas son una máquina de hacer riqueza, solo cuando entraste te das cuenta de lo profundo que es el agua.

Yo soy del 90, llevo casi diez años en este mundo, luchando y aprendiendo. En la locura del mercado en 2021, con medio Bitcoin llegué a tener siete cifras. En ese momento me sentía en las nubes, hablando solo de análisis técnico y ciclos del mercado, pero en realidad solo tenía una palabra en la cabeza: avaricia.

De repente, cambió la tendencia. No solo perdí las ganancias, sino que también se evaporó el capital. Para recuperar el dinero hice de todo: retirar con tarjeta de crédito, préstamos en línea, incluso hipotecar el coche, hasta que la deuda alcanzó casi dos millones.

En esa época, miraba el precio hasta las 3 o 4 de la madrugada, viendo cómo subía y bajaba, con los nervios al límite, a punto de explotar. La familia me pedía que parara, amigos me aconsejaban buscar un trabajo normal, pero yo no quería aceptar la realidad.

La calma vino por la fuerza de la realidad. Empecé a llevar cuentas, a analizar cada operación. Después de revisar, me di cuenta de que no era problema de la técnica, sino de mi mentalidad que se había desplomado.

Luego, me establecí tres reglas estrictas:
Primero, mantener una posición ligera;
Segundo, cortar las pérdidas sin dudar;
Tercero, no tocar mercados que no entiendo.

Al principio, era muy difícil. No me atrevía a comprar en las subidas, solo entraba con cautela cuando surgían oportunidades. Pero en tres meses, mi cuenta pasó de unos pocos miles a treinta mil; otros tres meses después, a más de cien mil. Entonces entendí que sobrevivir era mucho más importante que hacer dinero rápido.

Cuando empezó la nueva ola alcista, me convertí en otra persona. Mientras otros apostaban todo, yo construía posiciones en partes; mientras otros se aferraban hasta el último momento, yo aseguraba ganancias anticipadamente; cuando otros entraban en pánico y vendían, yo calmadamente reabastecía. Si el ritmo es correcto, el dinero llega solo.

Ahora, mirando hacia atrás, veo que el mercado nunca carece de oportunidades, lo que falta es la capacidad de resistir la tentación.