Las grandes tecnológicas han reconstruido el feudalismo 2.0 para la era digital—el “tecnofeudalismo”, como lo llama Yanis Varoufakis. Un puñado de plataformas globales actúan ahora como señores modernos: extraen nuestros datos como tributo, gobiernan más allá de las fronteras y del alcance de cualquier Estado-nación, y ejercen un poder soberano sin ninguna rendición de cuentas democrática.
Web3 es la vía de escape. Devuelve la identidad y la propiedad de los datos a los usuarios, incorpora la transparencia en el propio código y sustituye los frágiles puntos de control corporativos por una infraestructura resiliente y descentralizada. El poder, por fin, vuelve a quienes crean el valor.
La próxima revolución no será política—será arquitectónica. La verdadera libertad digital exige que individuos e instituciones migren en masa a sistemas abiertos, interoperables y controlados por el usuario, que harán irrelevantes a los reyes de las plataformas actuales.
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Las grandes tecnológicas han reconstruido el feudalismo 2.0 para la era digital—el “tecnofeudalismo”, como lo llama Yanis Varoufakis. Un puñado de plataformas globales actúan ahora como señores modernos: extraen nuestros datos como tributo, gobiernan más allá de las fronteras y del alcance de cualquier Estado-nación, y ejercen un poder soberano sin ninguna rendición de cuentas democrática.
Web3 es la vía de escape. Devuelve la identidad y la propiedad de los datos a los usuarios, incorpora la transparencia en el propio código y sustituye los frágiles puntos de control corporativos por una infraestructura resiliente y descentralizada. El poder, por fin, vuelve a quienes crean el valor.
La próxima revolución no será política—será arquitectónica. La verdadera libertad digital exige que individuos e instituciones migren en masa a sistemas abiertos, interoperables y controlados por el usuario, que harán irrelevantes a los reyes de las plataformas actuales.